El malvado Nonón siempre había sido un malo de poca
monta y sin grandes aspiraciones en el mundo de los villanos. Pero resultó ser
un malo con mucha suerte pues un día, mientras caminaba despistado inventando
nuevas fechorías, cayó por una gran grieta entre dos rocas, hasta que fue a
parar al Estanque de la
Alegría , el gran depósito de alegría y felicidad de todo el
mundo.
Entonces Nonón, que además de malo era un tristón, pensó
en quedarse para sí toda aquella alegría y, cavando un pozo allí mismo, comenzó
a sacar el maravilloso líquido para guardarlo en su casa y tener un poco de
felicidad disponible siempre que quisiera.
Así que mientras el resto de la gente parecía cada vez
más triste, Nonón se iba convirtiendo en un tipo mucho más alegre que de
costumbre. Se diría que todo le iba bien: se había vuelto más hablador y
animado, le encantaba pararse a charlar con la gente y ... ¡hasta resultó ser
en un gran contador de chistes!
Y tan alegre y tan bien como se sentía Nonón, empezó a
disgustarle que todo el mundo estuviera más triste y no disfrutara de las cosas
tanto como él. Así que se acostumbró a salir de casa con una botellita del
mágico líquido para compartirla con quienes se cruzaba y animarles un rato. La
gente se mostraba tan encantada de cruzarse con Nonón, que pronto la botellita
se quedó pequeña y tuvo que ser sustituida por una gran botella. A la botella,
que también resultó escasa, le sucedió un barril, y al barril un carro de
enormes toneles, y al carro largas colas a la puerta de su casa... hasta que,
en poco tiempo, Nonón se había convertido en el personaje más admirado y
querido de la comarca, y su casa un lugar de encuentro para quienes buscaban
pasar un rato en buena compañía.
Y mientras Nonón disfrutaba con todo aquello, a muchos
metros bajo tierra, los espíritus del estanque comentaban satisfechos cómo un
poco de alegría había bastado para transformar a un triste malvado en fuente de
felicidad y ánimo para todos.
Autor: Pedro Pablo Sacristán